Crear para sobrevivir

Esa necesidad visceral de escupir lo que nos quema por dentro, es también una necesidad obstinada de libertad. Confinados en nuestra propia realidad, urgimos por arrancar del pecho aquello que consideramos no debería ser sólo nuestro porque merece la pena viajar a través del imaginario ajeno. Merece ser considerado, visto, escuchado, sentido. Porque para nosotros significa algo y queremos compartirlo. Y a esa posibilidad le llamamos libertad de expresión.

Sólo si les buscamos límites a la creación y la expresión, los tendrán. Con estas dos palabras, en primer instancia pensamos en todo aquello que social y culturalmente nos han enseñado a categorizar como “arte”. Pero la creatividad y el poder de creación están en todas partes y en todas profesiones. Nuestra calidad humana nos impulsa a querer ser parte de un significado colectivo, ¿por qué estamos aquí?, ¿cuál es el propósito de nuestro existir? Y así, desenfrenadamente, unos corriendo más atropellados que otros, nos dedicamos a buscar y otorgar significados por doquier, principalmente cuando decidimos crear. Porque la palabra creación es lo más cercano que tenemos a la satisfacción quasi divina de ser parte del todo, contribuyendo a la formación del entendimiento en nuestro entorno. Pero nada de esto sucede en automático; no es sino hasta que concebimos una inspiración que naturalmente ejercemos nuestro furor por darle forma y vida.

Estímulo o lucidez repentina. Nos olvidamos que, en principio, inspirar significa introducir aire a nuestros pulmones. Lo inhalamos; lo exhalamos transformado en algo más. Se trata de un mecanismo de supervivencia, nuestra gasolina de vida. Es curioso que hayamos significado la palabra inspiración para representar el motor de nuestra creatividad. La idea se vuelve para el cerebro lo que el aire para los pulmones. Así pienso que a veces me abraza cuando llega, la acojo e intento darle un cuerpo de letras para vivir. Pero no siempre está ahí. ¿Cómo trata el aire a nuestros pulmones? Como si fuera un pasajero litigante, fugaz y constante. Y si no inspiro siento que me sofoco. Y si no inspiro pierdo sentido. Y si no inspiro, ¿qué es de mí?, ¿de qué más me puedo agarrar?

Curiosamente me he llevado la sorpresa de tropezar con mi inspiración más sólida tras mis declives más ácidos. Tal vez en un instinto de supervivencia, cuando he significado la inspiración como una primera necesidad toda mi vida, aparece potente entonces cuando menos vida siento dentro de mí. Cuando el dolor imita una sensación de falta de aire. Alejado totalmente de ser un suceso mágico o accidental, llega a mí porque yo así lo programé. El crear y expresar me representa un objetivo continuo y, aunque no siempre es cálido ni me recibe con dicha -sino todo lo contrario; vacíos existenciales y emociones asfixiantes-, me ha auxiliado en la formación y sobretodo transformación de mi entendimiento y raciocinio humano. Así, lo he atesorado y recurro a él casi de forma inconsciente y natural en los momentos críticos de mi pesar. Escribir se ha convertido en un pequeño pero cada vez más grande salvavidas, un método de supervivencia, porque he encontrado en la escritura, en el arte de crear, mi propia libertad. Y aunque la libertad a veces no sea más que una ilusión, es tan necesaria para la retención de la cordura que se vuelve una finalidad casi instintiva.

Con vaga convicción de saber distinguir si es oportuno o no, y tal vez con la ligera sospecha de ser víctima de mi propia idealización del dolor, he visto crecer mi motivación por contar historias después de un deseo desesperado, detectado pero ignorado conscientemente, de sentir que mi dolor sirvió de algo. Y casi como auto sabotaje, muchas veces sólo consigo desgarrar más la herida, buscando significar algo que ya por sí solo logró sobrepasar mi comprensión humana. Un arma de dos filos; un riesgo entre el dilema de aferrar y trabajar una emoción o aprender a dejarla ir con un acuerdo de paz ante la inflexibilidad del pasado. Sin respuestas, me dejo sentir lo que tengo que sentir y encuentro refugio en la inspiración, una mecha chispeante de ideas para explotar al crear. Y cuando menos espero, estoy entera de nuevo. Soy capaz otra vez de encontrar mi inspiración en la pasividad de mi mente arrullada por una canción, en mi nariz consentida por el olor del café, en mis ojos que no pueden retener el escape de mi mirada hacia el cielo por la ventana, en mis piernas y mi abdomen al bailar con suavidad frente al espejo y saberme querer, en mi piel que se eriza cuando inspiro aire y las ideas se encienden. Y así, me doy cuenta que la respuesta, cualquiera que fuera, no estaba en mi pesar, sino en la recuperación de mis ganas de escribir, mis ganas de ser libre y siempre libre. Y escribo. Y la euforia empodera, y la creación salva. Y sigo escribiendo.