Desde el primer llanto, el primer gateo, los primeros pasos, nuestros sentidos han explorado los alrededores con innata curiosidad en una sed natural por aprender y arrebatarle al entorno el entendimiento que necesitamos del mismo. La sorpresa tras el descubrimiento nos llena de emoción. Metemos la mano a esa caja oscura, de la que ignoramos su interior, con miedo a ser atacados por lo desconocido; algo vivo, áspero y viscoso que nos haga saltar al tacto. Pero la metemos. Y ese atrevimiento prepara la ruta de la adrenalina por nuestros tejidos, hasta llegar al descubrimiento de una verdad. Es un acontecimiento íntimo que requiere de toda tu individualidad para manifestarse, porque si alguien “lo hiciera” por ti, si quitaras el protagonismo de la fórmula, ya no resultaría en un descubrimiento, sino en una revelación. Y la verdad como tal, existirá con su mismo grado de sorpresa subjetivo, descubierta o revelada, sí. Pero la ambición nos hará preferir enseñar, cada que podamos no ser nosotros los enseñados. De ahí, el truco que nos juega el arte.
Una de las cosas que más nos emocionan de conocer una historia (leer un libro, ver una película), es el descubrimiento de la misma, la intriga de vivir y experimentar emociones que por su carácter ficticio prometen ser libres de límites. Y la mejor forma de descubrir secretos en una narrativa es a través del análisis y deducción motivados por el creador de la narrativa. Esa sensación de atar cabos después de unas cuantas pistas y algunas revelaciones (utilizadas como herramienta, y no como información completa) apela a la satisfacción de nuestro ego. Nos sentimos capaces, porque entendimos, porque descubrimos. Por eso hemos de valorar a los artistas que han optado por mostrarnos, en lugar de decirnos. Si te digo que estoy triste, no es lo mismo a si te coloco en mi habitación, a la luz de un celular que navega sin rumbo por la falsedad digital de vidas ajenas, en un intento por dejar pasar el tiempo esperando, sin saberlo, a que algo me suceda, porque desde ayer no encuentro mis pies y lucho contra una inusual gravedad que me oprime, no sólo mi cuerpo entero, sino más específicamente mis emociones, esas emociones tan lamentablemente vivas.
Justo ayer veía la serie de Dark por segunda vez, una gran recomendación si no la han visto y una invitación a volverla a ver desde el análisis narrativo si ya la vieron, y pude comprobar una de las mayores razones detrás del éxito de la serie; el descubrimiento de verdades. La forma tan orgánica en la que la serie te introduce a los misterios y delicadamente te entrega sus respuestas, está tan bien cuidada que nos evita el cuestionamiento de su verosimilitud. El uso de sólo una mirada, colocada en la escena exacta, entre los planos correctos que ayudan a dar contexto, puede revelarte uno de los secretos más grandes de la serie, gracias a toda la construcción de la historia detrás. Los personajes no te dicen cómo se sienten, tú eres capaz de deducirlo a través de sus determinadas acciones. Incluso en la música, cuando una canción de pronto rompe en el momento justo después de la pausa, y cumple tu expectativa pero a la vez te sorprende con un instrumento nuevo o un arreglo que motiva tus sentidos y te hace sentir complacido, en cualquier narrativa el uso del descubrimiento se vuelve una estrategia para cautivar audiencias.
Te dejo un cortometraje como ejemplo de la fuerza que tiene el correcto uso del descubrimiento en una narrativa:
¿Ya lo viste? Ok. Aún así, sin spoilers, por si acaso: al inicio te distraes en la narrativa con sus toques de comedia, pero realmente no sabes bien qué rumbo tomará, cómo podrá concluir, hasta que muy sutilmente, dentro de esos fragmentos de información que te van soltando desde el inicio, los creadores incluyen un elemento narrativo nuevo, y tú deduces que se trata de algo importante por la reacción, sutil también, del personaje principal. A partir de ese momento, descubres que la historia se trata de algo más, pero es aún relevante con lo planteado al inicio, lo cual lo hace muy orgánico y, de esta forma, conforme te acercas al final, crece la narrativa entre líneas y todo cobra más sentido para ti como audiencia y empiezas a experimentar emociones y empatía con el personaje conforme la historia te sigue dando pistas de información que amplían tu descubrimiento y satisfacción de cumplir con tus expectativas, no de que pase algo en específico, sino de que simplemente pase algo que le de sentido a tu tiempo invertido y te aporte una conclusión verisímil, memorable y significativa.
El acto de descubrir en el arte nos ayuda a entender el comportamiento y las emociones humanas, de tal forma que nos hace ejercitar el músculo -imaginando que lo tenemos- de la comprensión. Es de esta forma como nutre nuestro raciocinio y se convierte en una herramienta esencial para la evolución y el progreso de cada ser humano. Es por ello que abrazamos todo aquello que nos aporte conocimiento y/o emociones trascendentes, porque nos permite sentirnos comprendidos, acompañados en nuestra vulnerabilidad, y por lo tanto nos permite desarrollar nuestra propia empatía hacia con los demás. Y así, empujados por la visión ajena, nos abrimos nuevos caminos para, primero, descubrirnos a nosotros mismos, y segundo, reconstruirnos en versiones propias más completas y conscientes; aprendemos a cuestionar y tomar algo de control sobre nuestro pensar buscando siempre la mayor autonomía y autenticidad, para sentirnos plenos y en mayor dominio de nuestro pensar, actuar y sentir.