El eco del silencio

En la ausencia de sonido, hay una dualidad en constante choque atómico, que por segundos se combate y por siempre se complementa, una dicotomía en nuestra percepción del silencio y las emociones evocadas alrededor de éste. Dominados siempre por las circunstancias que se nos presentan, en ocasiones el silencio nos puede motivar cierta calma y paz, mientras que otras veces nos atormenta con la ansiedad que provoca el vacío y la incertidumbre de aquello que percibimos ausente. Es curioso entonces cómo, como humanos, contamos con una capacidad de adaptación interpretativa y cambio constante de emocionalidad ante un mismo concepto, según los infinitos caminos que decida tomar nuestra consciencia y atención selectiva de la realidad. Pensemos que sabemos que algo existe por nuestra consciencia adquirida de su capacidad de ausencia. ¿Cómo se hubiese descubierto el sonido sin silencio? Lo que está, está porque podemos concebir la probabilidad de su carencia. Y en esta versatilidad y subjetividad constante, es donde dejamos caer nuestra atención y entendimiento, la mayoría de las veces de forma automatizada, casi llegando a ser aleatoria pues estamos influenciados por nuestros constructos mentales ya establecidos. No es sino hasta que aprendemos a apuntar hacia un aterrizaje en específico, que logramos modificar nuestras estructuras de pensamiento y abrimos nuevas posibilidades interpretativas en pro de nuestro bienestar psico-emocional.

Muchos dicen que se trata de un balance entre lo que nos llena de vida y lo que nos hace darnos cuenta porqué necesitamos esa vida. Hay quienes piensan que la felicidad sólo tiene sentido porque no siempre está presente, y de ahí su gran valor, de ahí que es el fin último, la gran meta. Habemos así, entonces, los que aceptamos la dualidad distópica de la vida y sus características, en un intento por comprender y significar la razón de nuestro existir. Somos aquellos, los que aspiramos a abrazar con cuidado lo conveniente y estrecharle la mano a lo impertinente para acercarnos a ese límite infinito llamado equilibrio. Y es así como nace la admiración por nuestra imperfección. Esa versatilidad tan humana que nos mueve como la luna a la marea, entre esa acogedora suspensión de la realidad en forma de silencio, y la necesidad de distracción en forma de ruido como acompañante indirecto; o entre la sofocante ansiedad de ese mismo silencio ahora solitario, y la saturación abrumadora de ese mismo ruido ahora intruso. El silencio, como representante de la ausencia, nos complementa sin saberlo.

Y en esta percepción de la necesidad de la ausencia, recae la grandeza de la narración selectiva. Siendo el arte un espejismo de la vida misma, nos permite discernir la expresión de la omisión. Y tan importante como la obviedad de la necesidad de declaración al crear, recae muchas veces desapercibida la necesidad de exclusión para, precisamente, expresar aún más. Una pequeña pausa en el curso de una canción suele ser suficiente para alzar la expectativa y motivar la satisfacción de quien escucha con el regreso del sonido. Una escritura que trabaja con trozos de información sutilmente conectados y no explícitamente explicativos, suele motivar la deducción en el lector y otorgarle una satisfacción de quien entiende más allá. Un videojuego con elementos ocultos que te sorprende con el descubrimiento, por capacidad propia, de secretos que se vuelven valiosos principalmente por la exclusividad de su hallazgo; una fotografía que decide por ti aquello que quiere mostrar y deja a la imaginación el contexto del alrededor; una película que te hace sentir, únicamente a través de la acción, la emoción de un personaje por momento mudo. Una vida, es decir un arte, que se balancea plácidamente entre lo que está y lo que no está. Y se construye a través de ello.

«En el cuento escribir también es callar. Aprender a esconder, a silenciar lo que queremos que tome relieve y forma. La maestría de moldear el vacío»

Carla Pravisani

Casi como una oda al silencio, he de resaltar la importancia de su, valga la contradicción, presencia en nuestro arte, es decir nuestra vida. La falta se convierte en existencia; la existencia de una falta. Y así, la estela de su efecto existente, nos retumba en los oídos, con su aquella reminiscencia tan repetitivamente característica.