Hace tiempo que quiero estar

–abrazando un fragmento de mi vulnerabilidad–

Tal vez algo pasó, aunque en el fondo mis acciones sí saben perfectamente que algo, tal vez muy probablemente su motor, definitivamente cambió. Tal vez en mi búsqueda por cumplir un sueño, por formarme un hábito, por cambiar la rutina, por hacer y ofrecerle al mundo mi pasión, por forzarme hasta cierto punto por crear, perdí un poco el rumbo. Definitivamente, este episodio de pausa, con el amargo sabor de la incertidumbre, en el que, por falta de motivación, dejé de escribir, me ha llevado hasta el día de hoy, hasta este mismo momento en el que mis dedos, aún tan vírgenes, se vuelven a estrellar contra el teclado para sacar del pecho algo que ni siquiera sabía bien que estaba atorado, y que poco a poco, así como esta oración interminable y llena de comas, llena de pausas, se va manifestando en mi necesidad innata, o al menos así percibida por simple gusto, de expresarme y seguir diciendo algo, lo que sea, pero algo al fin, que sea real, que me inunde de urgencia por sacarlo de mi ser y exponerlo casi como una acción arrebatada de anarquismo y de protesta porque, sí, la intensidad, el dramatismo y la pasión, ah, bueno, claro, y también la ingenuidad, siempre han abierto atropelladamente, también tal como mi escritura, el camino en mi actuar, a veces tan estúpidamente pasivo y otras tan explosivo e impulsivo que me construye inapropiada, una artista a la que le da tanto miedo llamarse así a sí misma porque la inseguridad siempre está presente y la victoria de luchar contra ella es más fácil percibirla en la ficción del consejo que se le da al de al lado, que tratar de obtenerla en la vida real de uno mismo, percibiéndola tan lejana y tan difícil, frenando de repente el motor de las acciones. ¿Por qué?

Hace tiempo que olvidé cómo aferrarme a mis ganas de hacer y de lograr. Hace tiempo que olvidé la inocencia y la firmeza de quien hace las cosas por mera ilusión, un tipo de impulso al que después, cuando maduramos llamamos -como yo me etiqueté apenas unas líneas atrás- ingenuidad. Y tal vez una pausa era necesaria para replantear el sentido de mi crear; ¿para qué escribo?, ¿por qué siento que tengo que escribir de la forma en la que creo que tengo que escribir? ¿Por qué es tan difícil mantenerse real con uno mismo?

En mi gran cementerio personal de borradores sin pulir, se encuentra incluso un escrito sobre la presión que vive un artista por cumplir cierta expectativa de contenido -incluso cuando no la tiene nadie en absoluto más que uno mismo- después de hacer pública alguna o más de una creación. Le llamo la deuda del artista, una deuda auto-creada por rendirle cuentas a un propósito y/o un público específico definido casi inconscientemente con base en creencias heredadas y aprendidas de lo que funciona o lo que debería de ser o lo que suele gustar o lo que debería aportar o cualquier otro en el que puedas pensar que nos lleve a esa extraña sensación de deuda con el proceso creativo. Y de esta forma fui consciente de la gran necesidad de deconstruir mi entendimiento de que lo que tenía que ofrecer era algo en específico, con cierta forma no tan auténtica, porque realmente no estaba satisfaciendo del todo mi pasión y mi personalidad artística. No estoy del todo presente, no en su totalidad.

Me sorprendió cuando expresé en voz alta, por ejemplo, mi interpretado sueño frustrado de cantar y recibí la interrogativa incrédula e inesperada del: ¿y luego?, ¿por qué no? Y en mi búsqueda de respuestas me encaré con la necia barrera de mi inseguridad. Me da miedo llamarme artista. Y no por querer cantar -claro está que la anécdota sirvió sólo como simple detonador de una reflexión-, me da miedo ser artista por temor a no cumplir la -cualquiera que sea- expectativa de lo que es una escritora. Y entonces me auto saboteé. Dejé de ser real por querer complacer algo que realmente nadie estaba esperando que complaciera y que si lo llegaran a hacer, ni siquiera debería de importarme, porque para mí mi crear nace directamente de una necesidad, innata insisto necia de nuevo, por expresar algo que es totalmente personal. Y claro que habrá que seguir aprendiendo, puliendo y adoptando nuevas formas, viejas herramientas y sabios consejos ajenos que no pueden salir nada más porque sí del ingenio propio, pero claro debe estar también que el valor agregado deberá ser personal para complacer, no al otro, sino a mí misma, a mi propia pasión y necesidad de sacar. Por ello entendí que se vale cambiar y replantear. Por ello aprendo a librar sin saldar mi deuda auto proporcionada de contenido limitado.

Y es así como en este atropellado proceso de escritura me enfrento entonces al rechazo de una formalidad y un formato específico que me había creado en un intento inexperto por ser parte de un concepto que existía sólo en mi mente y que terminó encasillándome hasta que no encontré mayor inspiración. La libertad siempre ha sido mi mayor aspiración, como motor de mi rebeldía a veces contenida y a veces no. Y precisamente siento -o tal vez decido, más bien- que le debo mi inspiración a mi libertad. Si no soy libre, no estoy. Y ya tiene bastante tiempo que quiero estar, tan real y tan presente como lo pudiera buscar en un espacio en el que el perímetro carece de lugar. Hace tiempo que quiero estar, y poco a poco, entre las comas de mi escritura, entre las pausas de mi vida, vuelvo a encontrarme real.