Desafiando lo inflexible

Nos define un contador de tiempo. Sabemos, sin reparar siempre en ello, que somos finitos. Nuestro tiempo está medido y sin saber hasta cuándo, tenemos una noción de nuestra transitoriedad en el mundo. Carpe Diem. Nos impulsamos a sentir que debemos aprovechar al máximo nuestra estadía mientras dure. Y, sin embargo, dejamos las cosas para mañana. Porque somos seres contradictorios, llenos de dilemas, debates, objeciones, luchas internas, discusiones, cambios de parecer y cuestionamientos abundantes. Somos el títere del tiempo. Le servimos de rodillas al futuro, anticipando lo que aún no podemos tocar. Y cuando lleguemos a tocarlo, no estaremos presentes, porque seguiremos de rodillas sirviéndole ahora al siguiente futuro. Y en ese espejismo del presente recae con mayor peso la rapidez de nuestro estar. Abre. Cierra. Ya no más. Sólo lo que quedó. Porque mientras estamos, comemos del pasado. Somos lo que logramos digerir. Y lo que no, se queda para incomodar. Y, así mismo, tendemos a auto sabotearnos constantemente sin siquiera darnos cuenta. ¿Dónde quedó el presente que íbamos a aprovechar? Desde ayer no pasó un día, sino años. Y la incertidumbre de nuestra contradicción existencial sigue ahí. Hay quienes lo disfrutan incluso; aquellos que apelan a integrar en la visión pública de su personalidad, un supuesto gusto innato por el drama. Pero hay, también, quienes lo perciben como una especie de condena. Ansiedad. Inmóvil en mi cama, estoy pasivamente esperando a que corra el reloj sin saber que eso es lo que estoy esperando, decido darle suelte a mi imaginación y, también, sin saber que eso es lo que estoy decidiendo, “me lleva” a visualizar un futuro (por favor no muy lejano) en el que ya estoy cumpliendo mis metas y sueños. Un cosquilleo por la nuca me inunda durante un segundo -repito: un segundo- de energía y positividad. Un segundo y al siguiente ya siento miedo. Porque el transcurso del tiempo es tan inflexible y nosotros tan finitos, que a veces nos nubla el entendimiento de la razón detrás de nuestro existir. Lo dejo para mañana, porque existe un mañana, pero irónicamente, reconociendo la permanencia infinita del tiempo, me nace un furor por no dejar que ello me sobrepase porque yo no soy igual que el tiempo, sino lo contrario. Y por alguna razón siento la necesidad de significar mi permanencia hasta su caducidad, porque perecer ante lo desconocido, lo que nadie puede precisamente vivir para contar, debe tener un sentido, y de ese sentido surge el arte. Entonces, abrazamos el miedo y lo usamos para descifrar ese mismo sentido. Nos aferramos a la necesidad de hacer algo para significar nuestra individualidad, algo que trascienda más allá de nuestra temporalidad. Y así creamos. Así contamos historias, nos enamoramos de las narrativas que nos dan esa ilusión de persistir. Somos producto de ellas y vivimos por ellas. Porque somos insurgentes, y mientras el tic tac del reloj continúa, nosotros nos embriagamos en la adrenalina de crear para narrar, crear para cambiar, crear para decir algo, crear para influir, crear para impulsar, crear para retar, crear para debatir, crear para permanecer.
Nos sabemos impermanentes. Por ello rebeldes al desafiarlo.