Sobre la vulnerabilidad del artista

Constantemente me pregunto de dónde sale la inspiración. Lo he dicho antes y sigo comprobando que de mis dolores más amargos suelo arrancar -casi desesperadamente- la inspiración necesaria para crear, para contar historias, para contarme a mí a través de la ficción. Y por un lado me dejo abrazar por la idea positiva de estar haciendo algo bueno con mi propio dolor, pero por otro lado me asusta concebir que mi acción de crear esté directamente ligada a mi sufrimiento o pesar, y que por ende ello me lleve a buscar, inconsciente, mi propio dolor como alimento a mi creatividad. Existe un riesgo, una inclinación a la falla, al momento de significar nuestras intenciones, ya que al jugar a crearnos las respuestas que creemos necesitar cuando no las logramos encontrar, podemos caer en un aprisionamiento voluntario de nuestro condicionamiento creativo. Y en esa creación de una respuesta propia, existe el concepto de la libertad, para lo que veo dos vertientes significativas -vaya, mis propias respuestas creadas, valga la ironía-:

1. un escenario en el que realmente somos libres; afrontándonos con dicha libertad a un infinito mar de posibilidades que aunque nuestra atención selectiva a veces no nos deje verlo así, decidiremos de una u otra forma algún significado específico para la intención con la que actuamos, con la que creamos, y ese significado se puede volver una condena si lo ligamos hacia lo turbulento -para lo cual no es tan fácil atinarle a alguna alternativa-, hacia aquello que nos hace brotar las emociones necesarias -las duras- para dejar fluir la introspección y lograr llegar a esos lugares oscuros donde tendemos a creer que las mejores ideas artísticas se encuentran, las más humanas.

-porque seamos honestos, cuando el arte logra transgredir la esquivada zona de lo incómodo y lo vulnerable, logra también trasgredir nuestras barreras y máscaras a las que tanto les encanta pretender que son fuertes y que no se tumban tan fácil y no lloran por las noches de la nada de repente y no les arde de coraje el corazón roto y no envidian en secreto al otro que está logrando y no desean sin querer queriendo la desdicha de quien les hizo sufrir y no se tumban en la cama con el vacío atravesado en las costillas por alguna necesidad afectiva que no está siendo cubierta como imaginamos que debería… y así entonces cuando lo vemos a través de un cuadro, una pantalla, lo escuchamos en la música, en un acto artístico, es más fácil dejar sentir lo incómodo y lo vulnerable porque se percibe la experiencia a través de la otredad; es el artista quien lo vive, a pesar de que yo lo siento y entiendo-

2. un escenario en el que la libertad es sólo una ilusión y somos seres predestinados; entonces la significación de nuestra intención creativa prácticamente se convertiría en una cuestión de azar, una moneda al aire que motive, como el hilo al títere, nuestra inclinación por algún significado en específico para nuestro actuar y crear, y en ese caso entonces la inclinación a la falla existirá por su propio carácter aleatorio, no sin antes considerar que el tino probablemente caerá también sobre lo turbulento, entendiendo que como seres predestinados seremos también seres construidos por lo que nos rodea y las emociones -las duras, sobretodo- como nuestro motor de arranque, predestinado o elegido pero real, que partiendo desde su naturaleza comunicativa, son por sí solas expresiones de uno mismo y por lo tanto nos inclinan también a rascar la inspiración de lo incómodo para dejar brotar nuestro expresión más humana.

A lo mejor sólo estoy inclinando mi deducción hacia lo que personalmente quiero significar en mi propia búsqueda del sentido que debería tener el crear, pero he de reconocer que me cuesta pensar en un arte de calidad carente de una emoción disrruptiva. Y por supuesto que habrá aquellas inspiraciones que se le escapen a lo incómodo para descansar un rato en la calidez de lo grato con emociones normalmente entendidas como positivas, pero incluso ahí encontramos, si indagamos y profundizamos bien para tomar lo mejor de la emoción, una vulnerabilidad propia que contiene su propia dosis de incomodidad. Y entonces volvemos a la misma. La vulnerabilidad como puerta hacia la creación; sólo hay que saber abrirla, y ahí el peligro… ahí el riesgo de significar nuestras intenciones, acto que no podemos evitar puesto que la intención conlleva un deseo y el deseo implica ya una significación de un ideal. Por tanto, que si abrimos un poco de más esa puerta y no estamos preparados para afrontar aquello que cargábamos bajo llave en lo profundo de nuestro sentir, corremos el riesgo a fallarle a nuestra estabilidad al momento de intentar crear. Y por otro lado, si optamos por la comodidad de intentar crear a puerta de vulnerabilidad cerrada, realmente estaremos dándole la espalda a las expresiones -entiéndanse como emociones- más auténticas que probablemente tengan la mayor capacidad de conexión humana. Definitivamente el arte de crear es un arte de saber saltar a la vulnerabilidad con una deseada gran habilidad para salir, después del impacto con el sólido terreno, lo más ileso posible hacia arriba otra vez. Utópico, claro está. Pero embriagante la idea siempre será.